viernes, 28 de noviembre de 2014

Estructura de una Mancia







Aquella hora determinada por el color y el fulgor.
También la luz y el sentido tragico del valle
confundiéndonos con la hoja del puente o las 
andanas donde acariciabamos miramientos. Ese
movimiento en ella recordandonos la fiebre. La falange
organizada por dios en instersticios de libelulas
donde mi histrionismo le daba a este corazón 
los atardeceres del drama. Un drama 
en el cual colocaba una ironía con dotes de azufre.
-en el fondo sólo era el canto de otro poema-
Una paradoja casi sintética, un oboe de musgo.
Aquella hora y los relojes serpenteando en los adioses
del minutero, la reliquia y las siluetas donde yacen aún 
las imagenes de un universo donde viví como prototipo de
ningùn arcangel, desprendiéndome siempre de un jardín donde
convivían las olas con la hierba, el tacto de una hormiga
y la lejana estalactita, cumpliendo con su rol y llevando
por ello en su mirada imagenes de hielo. 
Esa hora compuesta de cigarras y arlequines por 
doquier, las citas en ella con el llamado de la providencia
en ese universo donde suspendíanse los calores entre
relámpagos y piramides totalmente de cactus.
Los candelabros que evocan huertos donde la 
adrenalina buscaba los pedazos de una mandibula
el reguero del alma en los adioses, la cruxifición
del embrujo por la magia, una noche en que
también nosotros llamamos a los sacerdotes, 
colocándonos exactamente en el agua, sin esperar
nada que no sea una palabra que se abra a si misma
para maravillarse o caer en la profunda contemplación
del arnes o el misterio, uno lleno de anclas y submarinos.
Tensandose todos o intentandose tensar en las 
garrochas de un mantico equilatero, abierto en las
corolas por las sombras.






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