lunes, 3 de noviembre de 2014

Ciudad de Psicodelia






Al atardecer sucede esto: un automovil descubre
otra ciudad encerrada en una pista. El reloj en la
mano del leproso se dirige a las cavernas con un
misterioso predicado.

Antiguas prisiones de intensidad se elevan a un
retablo donde marcan los cipreses, el lugar del
verdor a la estampida. Los nibelungos despiertan
en un casino. Mareas de ocasos tiemblan como 
colosos desertando del agua y las resacas.

Jardines amarillos se bifurcan en el veneno
de los hierros que conforman un rostro y en
la estilistica que concierta pinos de naipes,
un organo musical invade similes de garzas.

El dìa ahora inunda algùn corzo, algun 
abedul que debimos conquistar o tomar de
la niebla mientras los lenguajes caminaban,
inasibles sobre un evento de menhires.

Y escribimos. Nos enlazamos a las
paràdojas. Centrabamos las epifanìas y
con una sacudida casi silenciosa fraguabamos
la oracion de deslucidas entrañas sobre
matinales navìos que el poniente arroja
entre coros multiples de arrobos.

Las estrellas dejaban ver aquello que
llamabàmos siluetas. El hombre despierta
a la imagen, pero abandonando automoviles,
autopartes sin edad para no seguir describiendo
de azogues, ni adoquines descendiendo entre
puertos que gimen junto a una fragata
sin sentido.

O serà quizà el pasado y el presente
de una ciudad en el verbo intentando 
descubrirse.

Pacientemente entre la psicodelia.












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