jueves, 27 de noviembre de 2014

De Manera que el Corazòn no sea un Gigante







Nosotros dormimos de manera que nuestro 
corazòn nunca sea un gigante. De forma en
que tampoco tengamos que orientar cada paso
a los colosos. Nosotros vivimos del existir al
resplandor con ese papel que pasa por la aguja,
sin dones ni conscupicencias; eso sì, llenos de 
ejes. Todos nupciales en el oceano mientras 
vocaliza o camina a los satelites.

Dormimos. Ello no significa que haya visto el 
mar, tampoco un tipo de apertura en las sienes
o taxonomìa en los bolidos ni la multitud de
una libertad donde huyen entre los màstiles
las coronas.

Lo hacemos, lo cual implicita el verbo dormir
y todas sus capitales. Dormir debe ser algo
como un libro mientras une sacerdotes. Quizà 
un juramento que trae anunciaciones entre 
los espirales. Anunciaciones que sòlo como 
posibilidad desatan flores entre los jinetes.

Nos reiteramos en ello con dagas de modernidad
o sinteticos amages de fuselajes. Igual a un
epigrama o el hecho concreto de una cadena
en los planos, recordandonos que el dormir
es algo que tambièn logra ser agitado; el 
neologismo aquì podrìa ser numiniscente.

Y probablemente sea una especie de talento que
huye entre la luminosidad, con potentes barcos vacìos
a la par que divisamos acertijos. 

O quizà ningun libreto en
estos valles de lampos y ocarinas, donde 
observamos manantiales, con tal intensidad, con tal
supersticiòn, que terminamos convencidos que todos
los lugares de donde llegamos del dormir
no necesariamente muestran otra
realidad. 

Tan sòlo estàn filosofando en sus sueños.







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