miércoles, 12 de noviembre de 2014

El Latido de Nuestra Astrología







No es que a la derecha existan diminutos serafines.
O el verbo que hay en el oceano se cubra de arcangeles.
Ni que exista detrás del horizonte un sol por pedazos.
Ni el reloj del humo del agua -vibrante- como una
chimenea de cobre, sea el confín de nuestras raices.
Tampoco es esa derecha una microscopica labor 
de piedras o herraduras como el mito o una luz
salpicada de conejos. Mira el acido cansino de las
cosas, tiene un calendario que sólo maneja la 
naturaleza, donde ondean lirios de tempestades
casi azules. Observa el temor - en menor intensidad-
de los menguantes; en nada nos recuerda a los
equinoccios o los ríos sagrados de una boca donde 
duermen nuestras cabelleras.
Aquí en este pulso muchas canciones de piedra
se han desvanecido por encontrar aquella
que continúa tras los rapaces del mundo.
Aquí la flor marrón es dique y azotea, alguna
constitución de aroma, buscando el significado de
las lagunas. Aquí nuevamente el porte de una oración
vive tras alambradas de yesca y entre los metales y
nombres que oigo siempre son los del ladrido y por
la noche intentan asesinar al hombre. 
Y ello sucede de manera elemental y pura como
si de nada sirviera llevar el espíritu como escencia.
Bajo esas condiciones puedo comprender el rito
del eco en todo lo que hacemos y el hecho de que
ningún hombre puede morir porque sí. Todos
nos deben algo antes de partir la piedra en dos.
Ninguno puede escapar de la vida sin que 
ante nuestros ojos hayan visto como duerme la
jabalina en sus pechos. 
Ninguno sin haber consultado de que manera los
planetas conjuraron en el amanecer
-antes que las constelaciones de su vida-
el latido poderoso de otra astrología.



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