jueves, 27 de noviembre de 2014
El Ritual de Rojo
Poseía un alma y un ritual.
El mismo río que empujan los barcos desde
hace siglos entre los sauces. Semejante tal vez a las cucharas mientras
abandona los naipes y el mito a lo lejos se viste de
rojo.
Era un movimiento de traslación según las conjeturas
de una imagen encerrada en una plazuela.
Los bordes de un patio poseía.
Llenos de calabozos y columnas como las
que orienta el atardecer hacia los
reflejos liricos de nuestros
abismos.
Poseía un ritual
dirigiendose a las estelas del agua.
O los precipicios donde la conmoción baña
los sedimentos de lampos
con una trance semejante a los himnos y
el exhalo que derroca una araña
en los ángulos cuando la
numismàtica del silencio se desvanece.
Y ello sucede entre lineas que se unen
juntando las paredes en
una coherencia racional denominada techo
en una experiencia sólo de araña y liebre.
Poseía un ritmo.
Una luna fisico-cardiaca llevando las membranas
hacia la ficción o la nube donde
un hecho empieza a describir por si mismo
los relatos del hombre en el aura y los castillos homogeneos.
Lo cual era un movimiento, sintonizado nada más por la palabra ser
en los labios.
Un movimiento filtrando por la boca las dinastías secas que deja
en la sincronicidad una garganta.
O esa forma que desciende del tiempo con astronautas iluminados
por el vidrio.
Poseìa.
Puedo recordarlo entre los hemistiquios y el
cipres donde la onomatopeya decoraba
el agua de idearios.
Puedo recordarlo aùn y con cierta notoriedad
de sufismo proceder en èl como quien
desciende del hilo a la neoliberalidad de la niebla.
Aun logro afirmarlo.
Lo sè por el alma en la albufera
y su ritual de rojo.
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