miércoles, 20 de julio de 2016

Crepùsculo de Racimos




Es un racimo.
Por lo pronto he tomado la uña.
El viraje junto al atolòn donde se desangra
una piràmide. El libro donde los castillos brotan
para los brazaletes desde un himno dormido
semejante a una boca.

A esa boca pertenecìan los labios y lo que
en ellos se formò sin necesidad de una palabra, un
exhalo por ejemplo tomando las riendas de un
jinete entre crotalos
rodeados por manchas de templos
y monasterios que encarnaban
en los pièlagos de sus atomos
algo tan susceptible y antiguo como lo humano.

A eso humano la miseria y el hambre.
Para eso humano los dìas del cartilago y del
epiteleo formando vaticinios en una avenida de tejidos
por donde la carne dejò de imitar a los huesos.
Dònde habrìan quedado los escalofrios?
Los panteones donde la fiebre inundaba
de goma sus casacas?

Por lo pronto un àrbol.
La espera del crepùsculo en èl.
La intensidad del frìo para poder ser representado
por los gatos durante la noche, cuando
buscan los tejados de un alambre o una gema, de
un autobus o un semaforo que duerma luego
de su agotador trajìn del dìa.

-en el amanecer hay semaforos que siguen despiertos-

Luego la brisa 
-emparentada con los disturbios y los desastres-
El racimo que no anhele lo maravilloso y pueda templarse
en la cicuta. 
Las prolongaciones y las citas con algo humedo en
el eter, donde sòlo el limbo y la yesca hunden la voluntad
de su fuerza hasta llegar al desamparo.
A la frontera donde empiezan los limites portadores de
sus cascos.
Esa frontera que desgasta collarines de sepia mientras 
la ira de una hoja se desgasta cuando tù cierras
los ojos.

Y en la duraciòn de ese cerrar de tus ojos, un brillo que
nunca veremos ofrece un destello en 
las murallas de un extraño y desgraciado cielo.






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