sábado, 30 de julio de 2016

Las Ciudadelas de Los Prismas





Cualquier mañana tiene un tren.
La noticia del mar que llega a las veredas buscando
una aguja. La constelaciòn atravesando el color verde
de una amapola, junto a una circunferencia o un semirrelieve
grabado en las boinas.

Cualquier espejo, cualquier tigre o la memoria del vagòn
donde millones de rieles, cuelgan un vaticinio llegado de las fabricas, 
donde los numeros y las astillas se descuelgan entre cifras de
aletas, impulsadas hacia cartas que sòlo tienen existencia
en las mejillas, como a veces un prologo o una prenda
de aluminio, ensortijada por cruces y litros 
marrones.

Como en toda portada que atraviesa la noche,
cualquier mañana tambièn posee un piano, un nombre de dioses
colocados en los circulos de sus entrañas, un nombre de
capitulos en ellas con sueños irreconocibles,
donde la memoria alcanza a distinguir en las corolas
flautas y matices de iguanas,
pabellones de cera que igualmente toman
hemisferios abstractos de lo cetrino,
de eso que conceptualmente recoge las lamparas
de la lluvia, antes de la llegada de un eje o de un vilo
para convertirlo en madera.

Como en la flor que despega del hidrògeno para transformarse
en fuego y los manantiales de las fàbulas que proceden de 
barcos con un universo extraño de antimonio, escrito
antes de los acidos por los candelabros. Eran tiempos de escenas
y puestos de arena en la sangre alguien dirìa. Pero no.
Tan sòlo era una carta que se asomaba a los cisnes
con una diaria reencarnaciòn de un acento,
de un higo o el fervoroso testimonio del placton en los
objetos y los pabellones que llegaron
al acido con los siglos en las 
orillas.

Cualquier mañana tiene un tren.
Un dìa lògico entre las espadañas y espigas.
Tan lògico como una feromona rasgando el ciclo de
una imagen en el polen, llena de limbos o yescas que presionan
en las corolas, sus metamorfosis. Sus dìas de sol con un ancla.
Sus velos de iris entre ciudadelas de prismas.

Cualquier mañana tiene un tren.
Una casa de vidrio atrapada en las cortinas.
Un valle en celo que trepa por la locura tomando las
regiones de un proa o una rosa que 
desata peninsulas y hordas ante la llegada de sus
antepasados, creyendo asi reconocer la 
silueta del anhelido en las ramas
de un aneroide.

De un tramo de sueño que recoge el polen del
aliento.

O un tramo gris de selvas eligiendo de la materia 
los nombres transparentes de los cuerpos.

Entre manantiales de sueños y herraduras.






No hay comentarios:

Publicar un comentario