martes, 12 de julio de 2016

Las Arcas de los Astronautas






Un àrbol viaja. Mirado desde la arena semeja
por instantes la melena de un cuervo, dotado por
un poco de sol en la mañana. Allì se encuentra 
con el brillo.

Un àrbol viaja, segùn los uniformes deberia ser
amarillo, segùn el espìritu de lo ortodoxo hay un 
plazo para cada libelula sobre las agujas y otro
para aquello que se deforma sobre el polen
invicto de la piedra.

Enigmaticas sombras llenas de overoles
preparandose para quemar los huesos.
Lampas con tribunales de suicidas al pie de un
cometa, irracionales y puros en una manzana
salpicada de estro o de barro en sus grietas
y en las cavernas donde lo sobrenatural
crea un murcielago
o la ventana por en las cual los corredores de 
una casa dejan ver suelos llenos de
tambores.

De plasticos.
De onomasticos o anfitriones que llegan a la 
duda con una dimensiòn de sueño en las sienes
mientras los objetos o la silueta del sol
en el purpura
oscilan hemisfericas con la melodìa de una gota
encerrada en una avispa.

Historias universales de catapultas en los nombres.
Màstiles al pie de la flor en un verano escondido,
tramado por los tallos en la piel
de algun fantasma que la luz cree indomito, un fantasma
que sòlo vive arrancando los labios
de la piel por la noche.

Un àrbol viaja pero no es sòlo el que quiebra las 
estaciones del metro
ni las particularidades del astro cuando se convierte en 
sujeto, tampoco es la lluvia ni el redil para que los
truenos adviertan en que hoyos han
tocado la nieve con un juicio
poetico muy semejante
al invierno
junto a movimientos que intuyen 
a travès de las mascaras o en todo aquello que 
cuelga de un màstil
de una boca entera de madera
llevando procesiones de esquirlas hacia una
episteme, dorada en el arca de un astronauta, guiado
por himnos con porcelanas
y yodo.

Sentado frente a la playa como una grieta de arena,
buscando en la orilla los relieves que duermen.















No hay comentarios:

Publicar un comentario