miércoles, 13 de julio de 2016

La Intuiciòn del Misterio





Digamos que el viento puede ser una nebulosa.
Digamos que el arte se orienta a un exilio.
Que es metafisico igual a una penumbra.
Que ese mismo arte evalua rostros con pupilas
e iridiscencias donde se reflejan los antepasados
con una sola pupila.

De ello tambièn puede extraerse que el sol es
un indicio, lleno de rafagas y perdigones
o por esas costas extrañas de la vida, hay un predicado
que es azul en un universo donde todo es 
subliminal como algunas vocales de los sacerdotes.
O como toda religiòn, digamos. 

Pero yo tomo una hoja. Lo he hecho antes de los
parques y de las onomatopeyas, de las hiperboles 
y las deidades, cifradas en la celula de una amapola.

Conozco ello desde la infancia en que las avispas
posaban en los zocalos sus esquirlas coloradas.

Pero digamos que las orillas estàn hechas de azufre.
Que por los estandartes ascendiò un objeto lleno de
nueces. Que en las regiones del instinto y de las
perpendiculares, una astronomìa religò
siempre un oceano de coral
exhalando cosas 
antiguas como lo milenario o los primeros relieves
en el eter, donde ignoramos lejanas
estaciones de prismas.

Digamos que esa ignorancia es una calle en
nuestro interior, donde la idea posee el encantamiento
crepùscular de un galeòn o un papiro.

Luces de arcos entre primitivas carnes de aluminio.
Voces de escarcha y semaforos ejercitandose
en la piel de una lampara casi dormida
en un universo donde crecen las herraduras
despojando al misterio de legañas.

Por supuesto esas legañas estàn unidas a los
eslabones.

A la experiencia del animal debajo del polen.
A la cautividad de las feromonas entre valles de eter
donde la sangre se abre paso entre las venas para
llegar a las entrañas.

Eso no lo sabe a ciencia cierta la razòn.

En lo màs profundo de la noche, sòlo lo intuye el
misterio.






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