Sobre la hoja o una herida, ambas alumbradas
en los àrboles. Sobre la cortina o la mancha
que enumera las citaras, las cartas de
los aeroplanos a la vez que
una noche
desciende entre los faros del lirio con una
orilla de aire, donde los pàjaros edifican una reliquia,
una brisa que se desprende de las alas
creando una extraña corriente,
una forma de experiencia que contempla un astro
a lo lejos
extasiado por millones de botones.
En esa experiencia que se basa en astros para ser
amarilla o es una forma de
conversiòn que amaga hacia los planos donde una
y otra superficie convierten en màs gris
este invierno
lleno de corolas y prolongaciones que elevanse al
misterio
con un atomo pequeño.
En ese atomo o los fuselajes de la cera.
En ese atomo con su celula entre conjuntos de hienas.
En ese atomo con su celula llevando apariencias de mutismos
y el sol riela en los vagones con su
rostro cosmopolita
inventando un miedo sideral a los centauros
a las casas microscopicas donde se alza en sueño un duelo
o un miocardio, un plasma lleno de ventanas
y deteriores con matices idiomaticos
como ese que desprende el lenguaje cuando escribe
un poema.
Sobre la hoja o una herida, justo en el momento de las
alabardas y cisnes. Entre la curva y el ovalo donde las ecos
se hallan entre formulas o penumbras
disputando colisiones
o regueros
flautas de papel en una distancia ojerosa, con hogueras
y ritos semejantes a los que vagan entre la
sombra de los caracoles, cuando
aùn no escuchamos
aquello llamado percusiòn o cine
en los ficus
y buscamos la deriva en el sol o los prototipos
que aùn arroja a la espuma una qumera con su aura
de prologos y daguerrotipos que
desde su inercia son
todavìa azules.
Igual que los hemisferios al besar una luna
por la noche
o las conquistas del barro en el deseo de un tatuaje.
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