miércoles, 20 de julio de 2016

Construcciòn





Generalmente el invierno posee una lluvia.
Digo generalmente porque siempre hay màs de una.
Un compas y algo elèctrico en el interior de una
alambrada. De los colores
y del hambre del aceite, poseida -esta ùltima- por
versiones de prismas. Alguna vez
literarias.

Particularmente el invierno. Una de sus lluvias.
Alguno de sus buhos y como no un diario escrito
por limones. Por la cabeza de un tigre.
Por la metafisica en la anilina y los sistemas que
llevan al oxigeno las telas de un sudario, de un vilo,
de una manifestaciòn con industrias para
las reencarnaciones.

Himnos de gasas entre colores
donde las sacudidas brillan igual que las 
imagenes de los fanales.

Himnos donde llegan al ensueño las fabulas
y aquello que se escencia recorre los jardines
de un hombro allegado siempre a un 
telescopio.

A un cartel de jinetes.
A un vacìo de espuma donde asiste al 
silencio de la mirra y de los espolones, aquello
que a la deriva por el mundo, no deja de arrojar sus lianas.

Sus puestos de sol.
Sus puertos tambièn de sol. La consistencia del helio
junto a una enramada donde el bronce devuelve
un saludo de plastico y generalmente el invierno porque
tiene màs de una lluvia entre los elementos,
junto a una boina,
a un periscopio,
a un termometro empujado por la niebla en dìas
de origenes y desembarcos.

Donde la soledad de una palabra parece construir
la noche.











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