lunes, 11 de julio de 2016

A Media Hora del Carbòn






Yo vivo a media hora del carbòn.
Junto a un patio donde los que preparan el
lenguaje son -por lo general- los peces.

Digo en general, porque a veces lo hacen los
pelicanos.

A ciertas medialunas del esplendor, pero de aquel
que prescinde del sudor en las metamorfosis 
y se descuelga del bronce 
entre lo vaporoso, tejiendo -a veces- inmensidades en 
el helio
con transparentes boinas de fuego y arqueologìas
compuestas de batistas.

A medio intestino del alga, con fuertes aparatos
de incienzo y latigos de unicornios.

Yo vivo a media legua del castillo.
Un castillo que habla en español y no posee mandibulas.
Extrañado siempre y sutil -cuando se puede- de los origenes
y los freneticos comerciales de aceite
en las alcantarillas, donde el apogeo de una edad
es alimentado por escotillas que llevan
pliegues, a estos se adhieren siempre escamas
como si fueran grandes arquetipos.

Fui educado por el olmo y por el grifo.
Por las ordenes del sueño en una rama con multiples
ecografìas.

Entre densiometros y bocinas de sabor de verde vì la luz del
equinoccio, superdotado y equilibrado por mejillas
de plastico que me hacian pensar un poco en
el sur deteltreado por cosas que en lo insular dejaban
de ser absolutamente poeticas.

Yo vivo a medio kilometro del mar.
Entre esquinas de arenas llenas de lustrabotas que
parecen efigies. Entre milimetros invisibles que dan raza de
opalo a sus fiebres o rayos que anuncian el recorrido
de un mandril en la go,a

Sediente o univoco.
Lleno de higueras o marchas de caballos.
Atorado entre alguna que otra realidad, meditando o
especificando la racionalidad en las pieles
con que una estrella por la noche
calienta las ventanas de los
rascacielos.

De esos ciegos motines que se incrustan a diario
contra las alambradas.

Mutando entre paises de naftalina de cera.

Yo vivo a media hora del carbòn.

Es decir entre uno y otro piso.












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