domingo, 17 de julio de 2016
Los Sargazos
Los sargazos son nombrados por ecos
industriales.
Por cabelleras que dejan de buscar la
luna, de manera siderurgica.
Por mágicos fervores y latas que se
deforman mediterraneas.
Poseen seres cotidianos que en ocasiones
adquieren iniciaciones de un velo.
Se estrellan contra el sol en un viraje que
siempre fue para veteranos
deletrando entre el fuego de los demonios
los prólogos de una gnosis.
Descubren primates en los vilos. Entre
antiguas cualidades de ciencias en las
enramadas donde el pulso es empirico
como en alguna parte de la noche, el sueño.
Los sargazos proceden de cristales.
Píensan en el mundo a veces como una
estrella dolorosa
dibujando en la mejilla de un niño un
galeón
que en sus sienes evoluciona a la duda.
Se separa silenciosamente de los papiros
pero hay en ese silencio un rigor
que es responsable de nuestros simulacros
y antepasados
de nuestros bosques de acido
de nuestros rascacielos cubiertos de
simientes, de parpados o faroles donde se
agitan las gaviotas
con un pedazo de trigo en sus cadaveres.
Los sargazos queman vestibulos.
Preparan en la aurora las coordenadas
que despuntan hacia un otoño
de zocalos
donde las alambradas
acarician las cumbres de los semaforos
perdiendose en un no sé que movimiento
de neumaticos sobre los automoviles.
Sobre la hoja posterior a los husares.
Sobre el escarlata que sigue a veces el
rostro de un purpura bañado por la sangre.
Los sargazos son nombrados por
serpentinas semejantes a los
forenses litros encerrados en una marisma.
En los episodios de polen cuando las
ciudades son de trigo.
Y algo lejano escribe sobre las
constelaciones de la muselina.
De los paisajes envueltos por las crines
entre otros dirigibles.
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