domingo, 24 de julio de 2016
Angeles Nihilistas
La noche es de trenes. El día como un maxilar
dentro de la lluvia, con una conciencia de aspas
antes de sumarse a la vida del molino.
Con temperaturas de robles y tatuajes en una
forma construida por mitografías bajo
coros de angeles nihilistas.
La noche, seguramente uno de sus opalos. Quizá
alguna de sus estrellas con un sedimento en sus
exhalos durante finales de nieve. De pensamientos,
del algodones y gomas.
Y en las esquinas donde se inspiran relieves
alguna quiromancia de semidioses empujando
morgues hacía el granizo, donde los vacíos
encadenados a un gris y al eco -sólo el eco- de los
vaticinios, impregnan de satelites una alambrada.
Un poema lo es. Un poema siempre encerrado
en la obra del presagio, con leyes espirituales
despertando en lo sobrenatural y las cabezas de
los ríos.
La noche de trenes porque seguramente nunca
será de oidos ni timpanos y recorrerá los cadaveres
de una estela en la resaca, cuando los silencios
muerden igual que los petalos la carne, entre
desiertos con olor a amapolas.
Y los girasoles?
En dónde los jardines que los llevaron junto a
hechos y astromelias, esparcidas en la mesa con
algo que no aspiró a lo legendario del bronce,
solo contemplaba.
Y sé que de aquí a la contemplación hay un nido
hecho de antorchas. Sé que los murcielagos no son
obra de los anillos ni el espacio abandona al
tiempo en la hora de los gritos y aceitunas.
Y los preludios? El universo que no pertenecía
a lo racional elevando funciones y temporadas de
latigos en el rostro azul de un bozal con
nidos y ejes magneticos.
Buscando imanes entre los heliotropos.
Después de haber arrancado la palabra de la
lluvia.
Y escencialmente del verso.
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