lunes, 18 de julio de 2016
La Lechuza de Madera
En realidad habìa una lechuza de madera
que cantaba en los collarines, igual
que una bengala.
El dìa ensortijandose en las axilas de
un puma. El matiz alrededor de un nombre
escarlata.
Los himnos de una piscina donde vagamente
dirigìa el agua aquello llamado multiplicidad y
el grito de un devenir humedeciendose a
lo lejos, no sè si en los cristales.
Extraños enigmas como los que sostienen el
horizonte y la ambigua brisa desatada por el
espìritu de un heliotropo en el angulo de
la hierba,
De las consignas que hay en una jardìn.
De las paredes con las cuales se edifica una
habitaciòn dormida en los artificios
en las identidades de un halo
o aquello tan ferviente
-quizà lo màs azul-
dentro de un recorrido de panteras
asumiendo que el universo es la parte lunar
de algo màs infinito.
En realidad el objeto.
El nombre de la corriente en un verano de
astillas, cuando las espìnas concretan
en los yelmos homicidios de brillos
y entre las alcantarillas, una
cuchara
levanta los secretos del humo y del carbòn
dotados de insomnes arcipestres
en las ojivas.
Y entonces el paradero corta nuevamente
una escencia. El transito de las uvas, es escencial
nuevamente para aquello que deja una
hipotesis de barro para los espectros.
Una en la cual sus huesos vuelven a convertirlo
en una sombra.
Tomando de la realidad una lechuza de
madera.
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