miércoles, 15 de junio de 2016

La Uva que Construye el Centauro






Recuerdo haber caminado miles de veces bajo
la lluvia. Dirigirme màs hacia el sur desde el cual
parecìa provenir esa lluvia. Recuerdo tambièn el 
paso del silencio a mi lado. Era un silencio donde
eran instruidos los espectros o solitarias llamas 
transparentes de un fuego que no podìa ver. Conquistas
de algo que estuvo y estarà vedado a mi ojos. Eso...
desde un presentimiento, lo sè.

Recuerdo el lago donde una utopìa podìa ser un
nihilismo, pero no. Una utopìa era una clase de vidrio,
una visiòn de hermeneuticas arrastradas por sus
cabelleras hacia los pàjaros y mariposas. Sè del
espejo que guardaba las imagenes de aquello y sè
de perihelios que subìan de los sotanos con sus 
alquimias, en una mañana puramente de verbos, 
cuando no de latigos amarillos.

Recuerdo -todo estaba lleno de sombreros ese
dìa- en alguno de los movimientos el palpito de un
exorcismo bañado de imprecisiones como las que
deja una apariencia a lo lejos en un borroso dìa de
otoño donde las figuras no pueden colocar con
exactitud su aliento y son desfiguradas por la
distancia.

El eco del verdugo entre las sombras -siempre el
mismo- y la realidad en èl -enloquecidamente- como 
un jardìn que aplasta los griales en las cuales animales 
como los centauros construyen una uva antes de
darles un lugar entre los racimos. 

-eran uvas que debìan ser tomadas por ciertos hombres-

Recuerdo esa sabidurìa donde la palabra precede a 
la existencia y desde el momento en que es pronunciada
la forma.

Tarde o temprano es que tome materia.

Y parecida a un acontecimiento alcanze la realidad.







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