sábado, 11 de junio de 2016

Los Cipreses Amarillos





Hoy el cipres debe ser amarillo y ello
por los crepùsculos atados a los nudos de
las ramas
y segùn las cabelleras, por las propiedades
de un fruto que regresa al 
corazòn bajo un gorjeo de aves, errante en 
su inmensa copa. 

Pero hoy el cipres debe ser tambièn una amapola
y algo en mì, me dice que debo decirlo 
pacientemente
para llegar a sus cualidades
como lo hace la intensidad en las cosas, por
ejemplo. 

-hay una conexiòn entre el àrbol y mi espìritu
que desconozco-

Y no obstante los rigores del frìo, el cipres es
amarillo para imaginarse por si mismo sin 
necesidad en estas palabras o las lupas donde 
sueña con insolitos vaivenes. Pero esas
son otras imagenes.

Hoy que la luna se detiene en un pozo y los clavos
crucifican extraños troncos y raices
escarbando en los corales de algo,  
algo como un resplandor o un paraguas.

Hoy los edificios y los escalofrìos tomando 
el ritual
del solsticio, examinado por un litro de 
esporas o los niños que anuncian
versiones llenas de mareas para
desvanecerse.

Y en esa versiòn de un niño desvaneciendose,
en esas pàginas que recorren los
lagos para lograr ubicarlos
existe un tallo devorando los frutos
de los zocalos,
del limbo cayendo de los teatros,
cuando la noche representa màs que azules
y el mundo que sigue al fervor, es
siempre proclive a la radioactividad y los
suburbios,
a los alfabetos que devastan idiomas
como un ancla -esta vez- en el insomne
silencio del lenguaje bajo la
superficie del mar.


Hoy el cipres, pero tambièn la boveda,
los pilones y las baquetas,
el humo deteniendo un objeto por sus raices,
el canto de oxigeno
presionando su acustica, su capitulo de 
flanco en las elipses,
sus brillos sin astronomìas y tambièn el
exodo en los bosques,
donde palabras esmeraldas son poco
o mucho para una silueta.

Y se desvanece con el mismo rigor que
un niño al representar versiones de diluvios
en los pètalos  -igual que los cipreces- amarillos 
de la arena.












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