viernes, 24 de junio de 2016

El Grito de Grama y Pavimento





No existe nadie conquistado por un racimo.
Tampoco hay alguien que digiere semicirculos junto
a un holograma de escamas.

No hay una reja donde las escaleras de las
circunvalaciones sean hogueras y lucen allì los astros
las astas tanto como las reencarnaciones
semejantes a gripes de color verde
y purpuras oleajes
donde la existencia por el atardecer
logra acentuarse como un dios emplumado invisible
que llega de colocar bozales en las grietas de
una plaza.

No hay pedazos de fosforo
donde lucen primitivos esbozos de la luna
su mañana de tierra.

No hay monstruos fugitivos en el aire que miran
ilusionados los parques que jamàs son habitados por
una frontera, donde se baten extrañamente
los equilateros y la esgrima que duerme
en la electricidad
es una boina borrosa llena de encìas.

No hay una estampa sino aquello soldado por la 
noche a tu cuerpo, con un estandarte que 
atraviesa el oxigeno lleno 
de desencantos.

No existe un monticulo sino es aquel que recoge
el coral por la noche
bajo un destello de aves metropolitanas
conduciendo un grito en sus picos. Un grito que
es de grama y pavimento.

No hay nadie detràs de esas palabras convirtiendose
en muro. Llevando relatos de efigies y huesos
que regresan a una playa con panoramas de rafagas
y dragaminas.

Tampoco esa intensidad que semejante a una cresta
en la ola, intuye solitaria los eventos de las
chimeneas y las brujulas. No. No hay.

Màs aùn cuando intento tomarlos
-desfigurados-
de los tornasoles.








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