martes, 14 de junio de 2016

El Arbol Rojo





El àrbol era rojo.
Asi lo precisaba el sueño.

Ademàs era extraño. Misterioso como una
aguja que es atada al oido o un muelle con algunas
placas de zinc que aprendieron a vibrar en el 
caos.

No lo era -sin embargo- por el color de las venas.
Por el tramite de los prodigios debajo de la piel, ni
los millones de ombligos de carne en los lunares donde 
algunos seres forman sus irònicos estandartes.

El àrbol era rojo y dado los escrùpulos, el pudor
es un grito.

Una estètica genealogìa donde se frotan los bosques
igual que una lampara con un intersticio.

El àrbol.

Rojo como las cosas que se describen a si mismas
una tarde de venenos y civilizaciones desvaneciendose
entre los juguetes.

Rojo, semejante a los preludios que de dìa elevan
sus cacerìas a un tono ambiguo y polar, desnudando un 
mundo que no pertenece a los girasoles.

Un mundo helado o monotomo, igual a los simulacros.

Donde se desarrollan entre las cenizas, las
identidades y los hombres.







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