sábado, 20 de febrero de 2016
Poema
La palabra cae por el color rojo de una avenida.
Sus heridas son como limites por donde alguna vez
pasaron las sienes. El amanecer se dilata en un
palco rubio. Lo demàs pertenece al silencio.
Pensamientos. Alguno de ellos incrustàndose en el helio.
Hacia mucho tiempo que la atmòsfera trazò allì la
historia de un diamante, colocado de manera que
un tallo se reencarnara en la vida, igual a una luz reciproca
en el movimiento. Entre lo simultaneo. Balsas de iones
devorando aquello cuando la escena termina.
Redes de iguanas en una ideologìa de pus
en una fabrica, donde los obreros se humedecen junto
al oxido de una replica y la huella de un atajo al colapso
o la fiebre.
Larvas de focas en un contenido de nucas que
deambulan entre pabellones donde articulaba la brisa
el orden de los cefiros entre la realidad. Eso
es lo que vi por primera vez en la palabra.
La palabra cae. Junto a ella la uña donde una oraciòn
desprende cañas de porcelana y muselinas, dando origen
a la explicaciòn, a un pulmòn que en el estuario marca
el instante del respiro para un obelisco, para la existencia
de una goleta y el reloj que se batìa entre
ejercicios de cadencias y rutas de plastico que son
reliquias del tiempo en el desierto.
Un tiempo diseminado entre colores rojos de plastico.
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