jueves, 25 de febrero de 2016
Los Muros que Escarban
Hay un ave. La misma imprime una hoja en sus cabellos.
Creo en ello sin esa inocencia durante tiempos de melenas
o historias que besan la tierra por primera vez con sus salivas
conduciendo en éstas, leyendas de organismos, según los
papiros y el interior de cofres antediluvianos.
Creo en ello. Muy cerca al ave está lo que voy a escribir; también
hay un puerto. El puerto lo componen aún los muros.
- basta escarbar los muros para encontrar cosas ligadas
a esta estrofa-
Hay. En este instante nada se parece al ave porque está
compuesto de ladrillos y por que no de yacimientos. De
trompetas que devanan en la electricidad, historias oscuras
de chispas. Alguna alimentó al hombre.
Hay. Yo también debería escarbar en ese hay acompañado
de elementos y calles que vislumbran ciudades desde un redil y
las jabalinas de metal brillando en una alambrada de grilletes.
Helechos de aire. La bolsa que es arrastrada por el viento.
El camino hacia la estela cuando el sopo describía mediterraneo
las faces de la luna entre los peces. Los kilometros de un
acertijo. Los cabellos de una taza rota por un gato.
Un violín escarcha con su sonido sacrificios a lo lejos.
El numero en la frente de una pantera construye el ala
de su metafísica y entre idilios emergeraán las sienes para
colocar una selva. Debo decir que una pantera es de por
sí una metafisica. Policroma y primaveral como los patios.
Apariencias de ubres entre las copas. El sedimento roto
de una escama donde los días se apuraban en recorrer un
termometro después de la fiebre y los antepasados.
Esos que leen el genesis a la altura de la boca.
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