La piedra es un meridiano.
Junto a ella estàn las luces y los extranjeros.
Algùn vuelo se levanta de los oceanos
conduciendo a la atmosfera retratos de espuma.
Los niños vuelven a la explanada donde
el verano diseca sus salivas.
Las pupilas vuelven al parpado y cerca del
eter es formada una glorieta.
Los dìas de este horizonte se escarchan
igual que un contenido.
Los pàjaros ignoran el azufre desde esta terraza
y el amanecer es impregnado de flecos. De inmensas
historias traidas a este instante por numismàticas.
Vemos azulejos partiendo hacia una molècula
o un apostolado que surge en el paradero de una
flor intentando construir paràbolas.
Oìmos desde esa sensibilidad que luce sus himnos
de manera primitiva y rumiante.
Oìmos en esta plaza encerrada por el sol el
sonido de un tapir en medio de los elixires.
Llenos de margenes, avanzamos a una casa
elevada entre los pudores.
Pormontorios de valles se alzan sobre un prisma
y en uno de los batiscafos de la arena, nacen
los cipreses.
Lecciones de agua en el aire y la orilla con
imagenes de dormitorios de cuervos.
La piedra en un perihelio. Nos sentamos junto a
ella sin ningùn horizonte en los ojos.
Cabelleras iguales a la noche buscan un hombro
devorado por la radioactividad.
Fuselajes y paginas de arena inundan de tijeras
y codigos los rìos.
Metales y megàfonos rastreados por una cuchara
en un mundo de sòlo precipicios de luz.
Un mundo con equilibrios marginales de madera.
Donde se busca a si mismo el equilibrio.
Y entonces se crea la distancia.
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