miércoles, 24 de febrero de 2016
Yesca
Habìamos descendido por una medalla. Tenìa
un helice y un flanco destinado a convertirse en pubis
antes de ser alcanzados por la brisa o los despliegues del
roce en una torre.
Por un eslabòn que flanqueaba bozales en los
corredores de un tigre, amarillo hoy que el verano
se acerca a su destierro en el otoño.
Ese es el sentido del destierro: enseñarnos el
resplandor de las cosas. Asi volverà a suceder en
este otoño. Asi volverà a suceder en cada àrbol.
Caminabamos como descubriendonos. Afirmandonos
en cada paso. Dejando nuestro nombre en cada una de
las huellas.
Habìamos caminado entre los girasoles. Està bien, sè
que en cada una de sus celulas vibran extraños tatuajes y
es tambièn cierto; entre sus tallos se elevan revoluciones
de batistas y pliegues iguales a talismanes arrancando
un gurbiòn de trigo al vientre de una mariposa.
Todo eso es claro.
Lo que es incomprensible àun es el origen de esta
palabra ahora que se aleja entre la plaga una libelula.
Lo que es misterioso es la silueta del enigma
-lleno de contradicciones- preparando la llegada de una
primavera en cada mirada. En casa ojo.
Incluso de aquel que por la noche descubre entre la
inmensidad de la yesca a los iris.
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