domingo, 20 de diciembre de 2015

El Turbante Amarillo






Transportamos agujas hacia una efigie.
Apilamos abejas en un confìn de sebo.
Junto a la piedra donde recopilaba pergaminos una nutria.
Lo hacemos inmortalizando la arena donde absolutas palabras
han de crearse. 
Escribiendo a los promontorios como en el amanecer
lo hacen los buhos sobre un tallo.

Encontràndonos con los primeros cipreces del agua.
Con la trascendencia de la mosca que elige una runa.
Con los arenales donde juega la tarde con el color canela de
las dunas. Sobre ella vive un adolescente.
Tiene un turbante amarillo que cubre su cabellera dorada.
Es hermoso entre millones de tornasoles.

Llevamos consignas semejantes a aquellas que se desnudan
en la niebla. Que recogen espectros y el vuelo de lo
siniestro descrito sobre polipos de fantasìa. Llevamos
los pliegues de un crepusculo que se tranforma en atrio cuando
ello se manifiesta.

Antiguos. Oyendo a los halitos que son iluminados por los
espectros de las cosas, recogiendo titanes que escriben en las
mandibulas del aire,  junto a una herradura traida por los
niños de un espejo. Muy cerca de un templo donde
anida el pez y la gaviota busca desesperadamente el oceano.

Un oceano fijo en las unciones y las feromonas androginas
de las enredaderas.

Un oceano que toma del pecho las cosas que pertenecen a los
lagartos.

Y muy de vez en cuando aquello que se bate en el corazòn como
un latido.











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