lunes, 23 de marzo de 2015
Un Río
El río tiene un murcielago y una historia de
gelatina donde desaparece.
Sobre él hay un puente desde el cual me
detengo a observarlo.
Son pocos minutos, a veces algunos segundos.
Esa es toda mi relación con el río.
Pero hay en este río muertes de plastilina
que yo he dejado crecer como la imagen de una
jabalina en el aire.
Hay en ese río no sólo el caudal que algún día
arrastrará esta ciudad consigo.
No suelo preguntar nada cuando atravieso ese
puente para ver al río a no ser por el apogeo
de los portaviones y las plastilinas.
No suelo preguntar nada, porque llegar a él
es desde ya una pregunta demasiado poderosa.
El río lo sabe.
Obviamente no sé su respuesta.
Yo miro diariamente un río con la cotidaneidad
de quien no espera.
Miro sus herraduras.
A veces acaricio sus mandibulas.
Alimento a esas piedras que duermen en
la orilla.
Si veo el sol reflejarse en su superficie es un
accidente dela naturaleza me digo y prosigo mi
camino.
No es un camino común el mío, lo digo por lo
que lleva como evocación, una de esas cosas es el
sentido.
La interpretación y los musgos podría ser otro
sentido pero ello podría darse después de la
reminiscencia.
El río tiene un murcielago.
No es lo mismo que decir que hay en él una
madreselva o nos exponemos a cada momento en
esa realidad donde apenas podemos sostenernos.
Yo sé que nunca veré todas las cabezas de
las cuales está compuesto este río.
Sé que jamás expondra sus laberintos a no ser
como un jadeo que se incorpora desesperadamente
de si mismo.
Yo he comprobado durante muchos años ello, por
más que esa comprobación no sirva de nada.
Tampoco tendría que servir de algo.
Por lo demás el río me observa.
Tanto como yo lo observo.
Tal vez porque nunca podremos alcanzarnos.
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