viernes, 6 de marzo de 2015

El Origen de los Cirros




Yo tengo un rostro.
Generalmente veo en èl, la sombra que
deja un amatista, en realidad las sombras que
deja toda cosa, todo objeto bañado de 
lluvia en el papel. Toda ciudad,
cualquier dinastìa
verosimil.


A veces tal rostro duerme y al despertar
pregunta por las saetas que llevaban
en su espìritu las palabras que
-al dormir- poseen sus
sueños.

Yo tengo un rostro que sigue escribiendo
cuando duerme.

Puede parecer una ironìa, pero es uno de 
los pocos hechos con los que puedo
conjugar mi vida.

Uno de los pocos, ajenos totalmente a mi
locura.

No sè si llamar locura exactamente a ese
movimiento de mi vida frente al ente.

Presiento en el ente, alguna poesìa que
desciende de una mañana en que
las estaciones proporcionan
luces amargas como
la prosopopeya en
los acidos o el equilibrio que
precede a la armonìa.

Yo tengo dìas totalmente ajenos a mi
vida en que todo este invierno
queda encerrado en un
cuaderno 
y ello
puede ser inevitable como
la concepciòn 
de un mito 
acompañandome hasta la 
comprensiòn de las
cosas, pero
no lo es.

Yo tengo un rostro que recien 
està saliendo del mar
que jamàs conocerà su equipaje
que podrà anunciarse
como habitante de los molinos 
pero no como 
su existencia y asi camino
por la hierba
asi monto mi casa en las cadenas
y en los lapices.

Sobretodo en los lapices.

Porque en ellos nacen 
los cirros.






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