lunes, 30 de marzo de 2015
La Aurora del Antílope
Conocemos de nombres.
Algunos están entre las cosas.
Otros presentan sus palabras al mar.
Existen los que encadenan el universo. En esa
categoría podemos citar al espacio.
También los que duermen.
Los que citan su corazón en la arena.
Los que no cubren los árboles.
Aquellos que buscan una y otra vez en las sílabas.
Los que encuentran.
Los que desprecian o aman.
Los que no pueden acariciar pues sus manos están
hechas de espinas.
Los que sueñan con las lagrimas pues hace mucho
olvidaron el llanto y no saben cómo regresar a él.
Están los que conocen.
Los paganos.
Los que encuentran a cada segundo el deseo.
Los fríos o individuales como ningún acertijo.
Los que dejan de ser adivinos.
Aquellos que nos alejan de los eventos de la
nieve.
Donde se mueven las leyes y las reglas de la lluvia.
Conocemos de nombres por el descenlace con
el alabastro.
Por los faroles que son o no inconmovibles.
Sabemos de ellos entre lo aureo o lo heuristico,
compatibles sólo con la identidad
de un terreno
hipnotico y ancestral
como un ciervo en la sangre.
En un amanecer eterno de antílopes.
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