sábado, 14 de marzo de 2015
La Invisible Seda Roja
Sè por algunas cosas, de aquella que lograba
convertirlo en una tarde, que dejaba en èl
una figura de diluvio arrancada a las edades
del cielo; ese lugar donde sòlo las aves objetan.
Tambièn las avispas y los muslos.
Tal figura era de invisible seda roja.
Llevaba aliento de multitud en sus violines.
Se descascaraba y describìa jardines
cosmicos o reproducìa almenares
como los funerales que quedan
en la boca, cuando dos criaturas sabem
que entre ellos acaban los besos.
Un beso no es lo que reproducen por lo
general los labios, estos se dedican a pronunciar,
a manifestar palabras de aquì al ronroneo
del mar o el siseo de una aguja en la piel
cuando vagan entre las sudestadas
arañas marinas. Un beso no es la estaciòn
donde terminan los labios, pero a veces
lo hacen, llenos de finisimos opuestos
o brillos de enfermedad que despuntan
en la boca hacia otros equinodermos.
Evoco los grilletes que llevaba un rostro en
sus palabras. La maquina de fiebre
como una oraciòn industrial
rota por las quimeras de una carnicerìa
donde se enfrentaban los crotalos.
Evoco tambièn la semejanza
de lo incomparable en esa casa donde
la tesitura de la brisa termino convirtiendo
a esas criaturas y sus besos
en huesos para las gacelas y los perros.
Eran atardeceres de homonimos.
Citas heterocliticas con la electricidad.
Eran navegantes de aquì a la poesìa
con entes marinos que asolaban
las playas y los sedimentos
donde las astromelias
brotaban
con el fulgor del pavimento en los ciclos
del verano
y tal brillo posee silencios de destellos
que desatan,
fulgores de bengalas que anudanse.
Sè por lo boreal que hay entrañas que
logran convertir la intensidad en un crepusculo,
que tal intensidad logra borrarse en
los relojes de la carne cuando
dejamos de llegar a las selvas
a los dialogos con los
acueductos
a los lenguajes de espejismos
con las ciclovìas.
Donde figuras en el hemisferio se forman.
Pero otras debajo de la pìel se apagan.
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