viernes, 29 de enero de 2016

Ritual del Lobo






Debe ser el cansancio en este atardecer.
Un cansancio con el cual no debìamos llegar
a lo profano.

Quizà pueda ser la ceremonia que llegò un
instante antes del que debìa y ahora se oculta
entre las epifanìas.

Puede ser el horario del ritual para el lobo.
Un ritual donde presenciariamos la belleza de
un aullido coronando de saliva la soledad de
un craneo.

Pero el lobo sòlo acepta el ritual. No acepta la
soledad, tampoco el craneo.

Puede ser el dormitorio al cual llega un lobo. 
Ese dormitorio que en el fondo no es màs que
un hemisferio y en el cual a veces escribe una
palabra de alfabetos de sangre plateada.

Tal vez, la casa de arena en el ser, para dìas 
en que en un amanecer terminariamos con 
todos los sueño del mundo. Asi no habrìa
ya nada que soñar.

Debe ser este cansancio, habilitado por la
realidad, entre calles de acepciones y 
mandamientos, entre calles con millones de
palabras y sus formas. Algunas parecen
estar constituidas por los hombres. Algunas
son los hombres.

Quizà la ley donde empieza una sombra, una
que resiste entre telarañas y deja la sacudida 
de sus principios, para la velocidad de una ortiga.

Sì, es este cansancio. Cada uno de mis pasos
termina convirtiendose en una cadena. Toda 
palabra dicha o escrita en una caminata, que
con todas las fuerzas intento arrancar de mi
vida.

Pero es inutil.

Y existe sòlo un manantial. Un ritual para
el lobo, uno sin nombres ni saliva en los craneos.

Un ritual que empieza ahora y en el que alguien
aparece, mostrando un respectivo aullido en su
boca.







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