miércoles, 13 de enero de 2016

Los Objetos que no nos Pertenecen





Al atardecer encontrò una cabellera.
Extrañado, descubriò un pedazo de carne
en las puertas. Con èl se dirigiò a los
acantilados.

Entonces graficò el nombre que era de los
movimientos. Separò las hojas de los puentes.
Dividiò en milesimas de segundos las 
ventanas.

La piel veìa con estupor aquello.

Al atardecer la carne que trasladaba inundaba 
los huesos de una ciudad hasta convertirlos 
nuevamente en cuerpo.

Lo hacìa llena de vaivenes. Con furores
de estatuas y mandarinas rojas en su pelo.

Determinadas por el uso de los traumas 
aquellas flores eran locomotoras, cortometrajes
del oceano floreciendo entre los dormitoris.

Al atardecer hablò con las iguanas como lo
hace un recreo. Se sentò en un parque que era
para locos. Transformò lo ùnico que quedaba en las
hojas en reptil. Acaricio cocodrilos.

Y en esos muertos con apariencia de lagartos.
En esos reflejos llenos de estadios iguales a una cadena
supuso la llegada de un cartomantico a la luna.

Abriò un rìo para recoger la seda.

Nosotros que creiamos en la libertad lo mirabamos
o era nada mas que un sueño con libretas contemporaneas.

Uno de divisiones celulares. Uno que lleva manuscritos
en misteriosas palabras, llenao de flujos en el pecho y ambientes
dotados de crestas.

Ruidos como una silaba de silicona o la ubre de negro
en los advientos.

Encontrò cabelleras.

Parecìa un acontecimiento que conocìa tan bien como vano.

Y ninguno ante la ley de las cosas que los dejaban 
entre la realidad, le pertecnecìan.





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