lunes, 18 de enero de 2016
La Vida de los Callejones
Los callejones recogen el parpadeo.
Uno a uno entran por las silabas de una manzana.
Colocando mensajes de ostras en sus
pestañas, se reconocen.
Estàn llenas de habitaciones y megàfonos de agua.
Presentan artesanos y estibadores al final de sus caletas
y donde la humedad trae a colaciòn la naturaleza y los
objetos, vaporosos desplieganse.
El callejòn es un cartilago.
Un poema que llega de la noche. La gimnasia
de una ley sin recorrer lo prodigioso. Una ballena cuya
digestiòn y metabolismo es a base de mareas.
Lleva en sus castillos àrboles maduros como el trigo,
ferulas de misteriosas iniciaciones.
Posee en cada uno de sus puertos hidroaviones.
Por lo general recogen dinosaurios con razones azules
junto a sus quimeras.
Suben a sus muros una carta de la tierra por mas que
pocas veces la lean.
Enquistados sobre un polo marron intuyen los ciclos
de los antropòfagos.
Sueñas con caminatas que toman de cada corazòn la
vida del acero. Buscan recipientes en ello. Saben que la
lluvia en el otoño descascarà sus paredes.
Presentan sus sospechas de lirio a inmarcesibles
violetas en los yelmos.
Sumergen sudarios en las avenidas.
Llaman a los faroles con nombres ambidiestros.
Los callejones cultivan mochilas. La texturas
de la gabardinas no le son ajenas.
Los callejones toman peninsulas de un crimen. Acarician
bozales en los insomnios.
A veces crecen unilateralmente en las astillas. En la
formaciòn del uranio en los tallos. En las narraciones que
indican a los omniciencias donde brota una aldea.
Son la mitad de una uva.
Miran los galopes de los acidos en los intestinos.
Moran como diminutas ciudadelas que resisten a los
pasos.
Y luego entre apogeos en esos mismos pasos
se deforman.
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