lunes, 4 de enero de 2016

Frecuencia





Quisiera el dibujo de una selva.
Uno a diario. Uno a cada instante quizà.

Colocar un fresno debajo de las caracolas.


Mirar el mar con los ojos cerrados y desde una perspectiva
que es andrògina ver como las orugas recrean el mundo.

Quisiera llegar cada crepùsculo a ese mar.
La vida del crepùsculo es una cosa extraña cada dìa. Ello no
sòlo es debido a los enigmas ni las ontologìas. Tampoco
se debe a lo hiperbòlico.

Deberìa caminar por la vida de una veleta e igual como se confunden
las fragatas detenerme a contemplar lo indescifrable.

Quisiera que alguien me hablara de la vida de las palabras
entre las hojas. Alguien que compartiera su suicidio conmigo.

Descubrir la formaciòn academica de esas palabras. 
Sus cuadros existenciales que vagaron por la arena.
Su semàntica al pie de un revolver.

Me gustarìa dormir junto a un violìn arañado por uno de 
los pliegues de la arena.

Caminar por un arquetipo.

Ser fiel a los hipodromos y los tabernaculos.

Inspirarme entre cosas que duermen entre jirafas y aluminios.

Caer, caer por la lluvia como algo acendrado y
temblorosamente misterioro como mi primer enfoque
de una rada, de una cota.

Y en alguna escatologìa con olor a pez colocar un menhir
en una branquia, llegar a la experiencia de la aleta con una 
orgìa de templos dorados en el pecho.

Quisiera cubrir de alfanges una medula.
Caminar hasta la sacudida con la silueta de un platano
en la lluvia.
Incendiar lo poco o nada que queda del horizonte
cuando estoy dormido.

Yo deberìa con màs frecuencia entablar dialogos
con una libèlula.








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