sábado, 5 de agosto de 2017

El Nombre






Un nombre puede vibrar pero no todo nombre 
vibra en circulos como el aire.
-eso podrìa sostener un alfabeto-
Un nombre vibra pero no siempre llega de los 
trasatlanticos.
A veces lo hace de las utopias.

Hay nombres que vuelven del magnesio
con un siseo prosodico de la niebla.
En los portatropas o swasticas.
Donde el viento azota limbos o caracoles.
Tridentes o salivas.

Un nombre porque sòlo en èl se gestan los
prodigios y milagros.
Los manantiales o la esgrima.
El sol desesperado de un silencioso sistema
tomando los cabellos de un azul.
Tal azul es de sodio o contemporaneo.

Todo nombre es como un preambulo que describe 
las barbas.
Que escarba en las marimas.
Que dedica un raciocinio un poco semejante
a los que agitan astronomìas
entre las luces,
las arcanas luces de un estuario que son 
el silencio donde los gestos
se inclinan a un rigor,
a una multitud de esquinas en los ojos
de un gato.

En la composiciòn abstracta de un eje
en la garua.
En la garra de un alfil que memoriza
un tiempo de ajedrez y veletas.
De pelìcanos que toman de noche un juguete
para convertirlo en limbo.
En una circunvalaciòn propia de algo 
profano como las heridas.
Como el tratado animal del horizonte y
los antiguos puertos donde la proa
de un barco no abandona el reflejo de una
escama en su garganta.
De un poligono en la axila.
De algùn jazmin en el ozono.

Todo nombre es aquello que parece
infinito.
La rebeliòn de un cartilago en la hierba.
La muestra de un hocico escupiendo 
en los menguantes.
Descolgando conceptos y multiplicidades
de una cresta o una mañana en
que los pinos detallan
el diminuto paso del humo en otras 
bocas.

Llenas de espirales y prismas.








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