martes, 20 de junio de 2017
Llegar al Oceano
A veces llegar al oceano es determinante para
ver una ola. A veces sòlo lo es la memoria.
Calles de aire desprenden espejos del hemisferio.
Otras calles lo haràn del sueño con toda seguridad
pero ello es irrelevante en este momento en
que el horizonte empuja su cuarto velero.
Un cuarto velero es un diario de multiplicaciones
entre los edificios. En una rubrica heterogenea.
Un ejercicio de brea en el interior del insomnio.
Una frontera de polos llena de contradicciones.
Un semimario de opuestos con exoticas reyertas
de espinas.
Creo que todo velero es cuarto al evocar alguna
identidad reñida a las linternas. Alguna identidad
que no sòlo tiene a la realidad como un color
o un jabalì.
La realidad termina siendo una alternativa.
Una sustancia en el corazòn de un litro.
Un mundo de adioses con errantes frecuencias.
Un zoològico de arena donde guardamos ya
no a los animales y los mismos hombres llegan
para verse.
No. No es determinante. Como no lo es comer
a diario un pedazo de papaya en una esquina o
creer en los fragmentos de manera
noetica, puramente helicoidal.
Casi radical como un tomate que se pudre
en las ojeras de un hermoso nihilismo.
No todo nihilismo lo es.
Por lo general un nihilismo vaga en la arena
anhelando sus carbones.
Pronunciando los nombres de las playas a las que
llegan porque cada uno encierra un rasgo.
Un matìz.
Un extraño paracaidas.
A veces llegar al oceano es determinante para
ver una ola.
Pero a veces sòlo lo es la memoria.
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