jueves, 2 de octubre de 2014
El Suicidio de Zinc
Pienso en esta calle: toda ella semicultural.
-como un aniversario de trigo tal vez-
En ella un poco menos que en mis escalofrìos.
Mucho menos aùn que en mis fantasmas.
Pero hoy esta calle posee màs de una escama y
pienso en sus centauros como en sus mitologìas.
En el logos y en el mito vadeando cualquiera
de sus prosopopeyas.
Medito en sus heteronimos
-necesitarìa otra vida crear los mìos-
Reflexiono en aquellos que nunca crearè
y se desplazan por la hoja buscando una media, un zapato.
La fragata por donde los coleopteros empiezan a navegar
con todo el derecho que la razòn puede ofrecer.
-son muy pocos-
Medito en esta calle.
En sus mandolinas y brujos. En su buho tan individual; tal vez
el ùnico demente en esta aurora en que el hechizo
no es sòlo irracional en funciòn a la locura.
El hechizo es tambièn proposicional y no sòlo ebrio
de relatividad ante ella.
Y dado que mi lucidez concuerda
con un cuervo en lo siguiente: !Tambièn yo puedo ver el mar !
Preveo que tal lucidez debe ser desatada de las cosas.
Me alejo entonces del sonido.
De un paradero de heliotropos.
Del semàforo sostenido en un seno.
Del cerebro con practicas de agujas mientras tejiamos
un planeta de cefiros.
Seguro como insomne de que las ortigas planean
debajo de las caracolas, persigo el aliento
del cadmio entre la violencia.
Un suicidio de zinc.
Un suicidio de birremes para que sòlo una
goleta te recuerde con paso espantoso en una
cadena donde lo formidable parecìa enhebrar
eslabones. Pero no. No era nada de eso.
Era sòlo una calle y un suicidio de zinc
en ella.
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