Tenía un tema sobre el universo, pero no era completo.
Hablaba de la lluvia. De la manera como vuelve
a los cielos a través del vapor. Una narración
en esta con antiguas matemáticas en los
cabellos descifraba la obra de la
noche. Una que empezaba a
obrar en los cartilagos
como lo hacen
los médanos
cuando se dirigen a
la arena: siempre a través de las transformaciones.
Y si toda transformación evoluciona a base de
estrabismos, pensé en mi espíritu
derivando del eter
hacia simulacros que rompen una nube
que ensartan en sus dedos el recipiente de musgo
donde se bañan incendios naranjas: todos
antiguos como el mar,
todos arcanos como el limón del venado
entre los equilibrios.
Comprendí que para llegar al sentido en tal tema
debía dividir el temple y la teoría
durmiendo en aquel tema. Lo cual es otra ciencia. Una
casa de mandarinas quizá. Una habitación donde
los alerones del agua
se convierten en fuselajes y estampidas de trigo.
En ello y seguramente en una y otra
melodía más.
Pero no necesariamente, para seguir escribiendo.
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