Nada más ajeno que este árbol con pleamares
de coral y balcones que miran una piedra bañada
de placenta y crisolita. -Ante ello me complace
creer que pude no haber sido idolatra- Pero...
Como en una canción que hunde los teléfonos
con un jardín-minotauro ebrio de alambres, llegando
a una equidistancia que escribe universo antes de
aurora, nada más ajeno ahora que el latido
de una estrella con serenatas de topacio
arrancando latitudes de pensamiento a los ojos.
Y nada el vestibulo con anchos lunares de almenas.
Nada el estribillo que pasa por el pudor antes
de galvanizar alerones o nieblas. -Por supuesto
el mar está en el aire- Y por supuesto se me indica
que una calle podría proponernos una casa de
idolos, una lluvia donde el cretaceo aún recoge
las entrañas de cualquier movimiento o de todo
manantial que emerge treyendo crepúsculos en
sus pupilas o en todo caso, cómo logro reconocer
que el sonido huye como un trebol en las ojeras
marcando el fín de las sienes junto a un cipres
donde es paralelo hasta casi lo trágico el de
los minerales...
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