viernes, 31 de octubre de 2014

El Arbol






Tengo un àrbol. El grado de concentraciòn en èl
està dado por velos y rigores. Tengo un àrbol y en
èl abundan las concentraciones.

Durante el verano se introduce en mi casa y me
recuerda que desciendo de sus hojas. En invierno 
se dedica a edificar murallas de madera en las
claraboyas y ventanas. No vaya a caer un diluvio,
y arrastrarlo todo, me dice.

Pronuncia rapsodias y tambièn adioses. Como ello
lo hace de manera arcana me siento cada atardecer
a escucharlo. Y como mi espiritu oye de manera diferente,
al final de alguna de sus melodìas me pregunto si
habrè oido como tal àrbol quiere. No oir tal como 
su copa y raices esperan, puede convertirse en tragedia.

Tengo un àrbol. Hay una especie de voluntad en èl
definida sòlo por termometros. Empero mi alma
no aprendiò a medir temperaturas. La misma se dedico
a emparentarse con la arena y los oceanos, con las
piedras y los candelabros. Con la soledad que hay en
un mito.

Un àrbol; es insòlito para mì que no pueda concentrarme
entre sus perdigones, que ya no logre pensar como sus
pergaminos, que no halle en su silueta el inicio de una
palabra y que su sombra sòlo sea un recreo donde se 
baña cierto adjetivo de la inspìraciòn inutilmente.

Tengo un àrbol y no significa ninguna profecìa.

Es sòlo el maravilloso canto de otro maleficio.






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