Prostibulos y altas cartas de resina.
Corales dentro de una faena.
Liturgias a escalas de contrabando.
Y muy cerca volumenes de religaciòn
indagando en la bruma, donde la debilidad
inclina trechos, zanjas de estìo completando
sirocos de luces en un acantilado al ser
combinadas. Fantàsticos ùteros de
albumina, rozando el acromiòn
del tejado; el raro despertar del tropel
en la tormenta y casi el habla
desperdigada sobre continentes,
donde los vaticinios trepidan igual
que el asfalto. Pensaba entonces; un
ensayo de niebla se borra en la poesìa.
Creìa; mi vocaciòn es anuario donde
la garua una mañana lograrà extasiarse,
vivir un extensiones, igual que kilometros,
prolongarse con el estrepito y macizo
portico, donde aprendemos o signamos
dos maderas hundiendo un hombre
en la aurora. Era religioso; una ceniza
donde el nombre prensa un sequito,
una cohorte, el velorio del villorrio
uniendo a su litografìa el mancebo
de una esquina domado por acuarelas,
màs altas, màs altas aùn que los golfos,
apuntando a la tentaciòn o la volcanica
escena de lo temerario. Donde un
estallido de lava se aleja para siempre
del crater. Sòlo para poder
respirar de los cielos.
Guillermo Paredes Mattos
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