jueves, 28 de noviembre de 2013
El Presagio antes del Vaticinio
No conozco la mirada del cuervo que tocarà
el cristal esta madrugada. Vaticinarla es arrojar
mi vida tanto como la suya al azar y el hecho
no espera ello. Para que ese hecho
sea creado, es necesario que mi espera
y la mirada del cuervo se intuyan mutuamente
en algùn punto de un presagio: el hecho
aguarda màs de lo que podrìa vaticinar
ante un guijarro.
No estoy convencido de ese hecho
como una manifestaciòn que devele su aliento;
cuando esta mirada encuentre un cuervo
detràs de este cristal, seguirè
convencido de que tengo un pulmòn.
Una radiografìa casi purpurina.
Una aleta.
Tendrà que pasar algo màs para tocar su
mirada y viceversa.
He contado los dìas porque es lo ùnico
que tengo aguardando su llegada.
Antes esperaba que en su vuelo
pudiera quedarme petrificado.
Hoy sè que de tanto pensarlo
sucediò ya en algùn punto de mi mente.
En algùn lugar del tiempo he quedado
como una figura sin movimiento
mas`allà de los limites de su forma.
Eso podrìa ser letal.
Puedo intuir que aquel cuervo intuye
que su mirada ha sido construida en
èstas palabras, por lo tanto evitarà
a toda costa este encuentro. Este
encuentro con el vacìo del cristal.
En este poema perdì todo lo que
el ave hubiera aguardado de mi rostro.
Lo ùnico que me queda
-asumiendo que algo queda-
es crear otra madrugada.
Buscar algùn cristal en mi casa.
Despertarlo para que mire el cielo.
Y esperar otro amanecer.
Guillermo Paredes Mattos
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