jueves, 9 de febrero de 2017

Ese Cielo Infinito






No hay nadie en el reloj.
Ni en las linternas que crecen en el follaje.
No hay nada en los espirales que la hierba desea
como sonidos o esquinas geometricas
parecidas a un dragòn que devora
quiromancias.

Tampoco en los capìtulos ni en las configuraciones.
En el espacio del aire donde se traslada la luz
como el futuro de ninguna huella
agitandose entre peninsulas de petroleo.

No hay nadie en el reloj porque de lejos es el
tiempo de los dromedarios en un mediodìa de esgrimas
con bandadas de sol y pàjaros de deseo.
No hay mas que emanaciones.
Frutos entre el pubis y la espera que da origen
a una llegada al oceano. A una llegada
a la silueta de una flauta.

En las esquinas duermen vanguardias de idolos
que no veremos. Algun dìa caminè hacia ellos con
una logia en los dientes. Una que semejante a la urna
de alguna cofradìa desde lejos era visualizada
nada màs por epicentros. Por pergaminos
mimetizados en una bacìlica
o el espiritu de un perdigòn semejante a una
iguana.

Entre los parques son manifestados los verbos
de la ira y los santuarios, cedidos a las galaxias por
una ceremonia de trigo en el enves. En los
galpones de una cigarra que aùn roza las 
cenizas de la luna en sus
parpados.

En las felinarios determinado embrujo
descifra el estertor de los racimos. Es izada
una clepsidra junto al gaviero.

Junto al equinoccio tomando el corazòn de
un pelicano.

Para conocer en primer lugar el hemisferio.

Y seguidamente ese cielo infinito encerrado en èl.







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