martes, 14 de enero de 2014

El Don Hervíboro






El plantear.

Una aurora cuyo mensaje no era
de pétalos para buscar salitre.

El oceano se desnudaba en la orilla
como en el lenguaje un poema.

Las estrellas caían al alma
para que ya no podamos ver su 
brillo: era ya hora de cegarnos.

Largas logias volvían a crear
entre las inflexiones de la vida: esoterismos
sin duda: masonerías de robles.

- y siempre inflexionamos-

Sus destellos son de iridio y reciben
una zebra llena de asteroides.


El mar olia a ropa seca.

La runa llamada a ser resonancia
sólo narraba la visión como el entendimiento
más palido de todo conocer.

Págodas de esbirros entre los vagones.

Lealtades de porcelana una vez más 
para dividir el verde: una ilusión
mas de la clorofila
en el follaje,
material como un camuflaje idealista: un
punto cuyo aforo es ciclico
como la educaión o la evolución 
de las maderas.

Pero soy una entraña, un cartilago
y muchos sobrenombres: epónimos todos.

Y si transcurro entre demenciales
estilisticas, me debo más a algún violeta.

Y a las fortalezas mamíferas de sus
tuneles y cavernas.

Donde las idolatrías fuerzan 
la creación y el don de los hervíboros.



Guillermo paredes mattos

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