miércoles, 10 de agosto de 2016

Poema






Vivir de manera amarilla. Suspendido por la hojarasca
de cualquier nombre en la tierra, que al igual como las
hojas se quema en el verano. Visionar un puerto en una
cocina. Alimentarse de pètalos y estrabismos segùn las
academias. Horadar algo elemental que sea como la
lluvia. No ser templado por las escencias, pero virar a
las reencarnaciones en un lecho siempre de espinas.

Escribir en el atardecer de un higo, donde los ciclos 
de las bolicheras llegan arrastrados por las melenas
de una corola. Vivir de manera como lo hace un borde,
un pliegue sobreviviente de las hordas, un jiròn donde
las cascaras se unen llenas de cuellos a los sotanos,
llenas de oboes y preludios entre los sacerdotes que
juntan la materia.

Escribir, ojear un hilo. Representar a la hierba y las
hogueras, donde los silencios multiplican edades de
poliedros y algo desde lo semejante inunda el eco
de una caligrafìa, donde lo sobrenatural empuja los
himnos en el interior de las burbujas.

Vivir de manera amarilla, no exactamente como el sol
ni el hemisferio de los tornasoles, no exactamente como
la razòn en una brisa, donde oprime el silencio la màs
postrera uva. No desde los camellos que devoran una
luna y esas cosmogonìas que allegan bozales a las 
miradas de sus ceremonias.

De manera amarilla. Como una extraña historia de 
dragaminas. De buques con recipientes y dagas, donde
la noche recrea la existencia de una nervadura, de 
una criatura hecha de prismas, durmiendo en los fulgores
de un preludio, exactamente cuando muta entre las
lagunas de los presagios.











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