lunes, 22 de agosto de 2016
La Casa y la Llegada de los Osos
En esta casa no existe un jardìn.
Se dirìa lo contrario por las flores y las hojas
que caen en una especie de patio. Las flores
y hojas provienen de un parque al otro lado
de la vida. Sì, porque no decirlo de esa manera.
Finalmente un parque es otra vida.
Ademàs el invierno las trae. Lo hace para recordarme
que cada tarde existen citas con las
lenguas esparcidas en la hierba
o los colores -que preludiados ya por la primavera-
empiezan a cambiar el latido de las ramas.
Tambièn estàn los pàjaros.
Las llaves y los pelìcanos. Los puertos
que se sueñan y los arcoiris que yacen como
asonadas de un mundo que pliegase entre
conmociones, entre
crepùsculos y torreones compuestos por
diferencias y semejanzas, por peciolos
y descenlaces.
En esta casa no existe un jardìn.
Para llegar a èl hay que atravesar un universo
hecho de profecìas y jades. De obsidiana
y brea al lado de cebras que
enumeran jabalinas. De jabalies
devorando cortinas.
Aquì sòlo hay tenedores. Olores de
manzanilla por la tarde. La cabeza de un animal
en el pecho de otro. Un cuaderno sobre la
mesa propulsado por extrañas figuras.
En una de ellas un ser recibe una
circunferencia junto a una medula, en una
primavera que probablemente ha de
vibrar aerostàtica.
Aquì sòlo existen palancas.
Murallas y en sus àngulos la escritura casi
indescifrable de las telarañas.
Digo indescifrable porque en ella observo a
veces que cuelgan las moscas.
-cosa demostrable, que no deja de ser amarilla
y un poco enigmatica-
Hay tanto en ello de eclipse, que salgo corriendo
de esta casa a buscar los astros,
a recoger los menguantes,
a percibir nuevamente los solsticios con una
estrella en el corazòn hecha de hierba.
En esta casa no existe un jardìn.
Lo digo por que no vaya a ser que algun dìa
el invierno intente ser polar en ella.
Y tenga que resistir asi la llegada de los
osos.
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