domingo, 3 de agosto de 2014

La Soledad del Verbo






El verbo elige su soledad. Elige su soledad y el universo
ofrece un parque para ello. La vibraciòn de un solfeo con
formas intempestivas en la hierba. La vibraciòn del soplo
en el follaje con un arnes antiguo en su boca, colgando entre
otras cosas inmensos dromedarios. Simplemente
preguntàmos còmo llegò un dromedario al
follaje.

Elige. Yo deberìa tener un puente para explicarlo de
otra manera. Un puente que pudiera ensayar cosas distintas
ante la caida de toda naturaleza. Incluso deberìa participar
del caos y sus aminoacidos en ese puente, en el cual
un hombre aprende a amarrar un botìn pero no
a desatarlo.

El verbo crea su soledad.
Lo hace desde una emanaciòn.
Desde una interpretaciòn casi amarilla de la nieve.
Con su cabeza ortopèdica el verbo elige y es una capacidad
que interpretamos porque no comprenderemos.
Es una capacidad que mira un palacio
donde un chacal confiesa acadèmicas leyendas.
La historia del calcio.
El pronombre de magnesio fugando por la hiedra.
El verbo crea y es creado segùn industria y estadistica.
Duerme solo.
Habita paredes. 
Muerde uñas y basicamente es coloquial
porque se hiere.
Y ante la insistencia de los barcos el verbo no puede
explicar esas heridas.
Son otros origenes dice.
Solo las formas de quedarme solo.

Es entonces cuando volteo y me digo que fue
suficiente. De nada sirve haber vivido como màs que
una existencia en su mundo. Y tomando
una alegorìa lo abàndono...

Sòlo consimo mismo, es posible que tal verbo
tome Troya.







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