viernes, 15 de agosto de 2014
El Sol de los Hipocampos
En determinado momento llegamos a una playa.
Llegamos con una brazalete en la muñeca. A tal
brazalete lo acompañan decenas de eslabones en
la cadena del cuello.
Llegamos.
Y lo hacemos porque hemos renunciado a las efigies.
A ese silencio que un dìa antes de toda partida, dejò
de construir lenguajes.
Y frente a la playa, lo desconocido
nos cita para otra gramatica, tan crepuscular como
aquella que roba la noche para humedecerse.
Tan lirica como las venas de occidente en
nuestros escarpines, cuando todo llena
de estampidas sus fragancias.
Un libro de vaticinios asciende por una cuesta dorada
hacia el lunar de la ràfaga o un movimiento
de rosados litros donde
una especie de estro
se alza serena y violentamente en el oxigeno.
Un libro donde acontece que accedemos a los cefiros.
Al sol caliente de los hipocampos. A la tautologìa
de esa metàfora, que sin embargo de no deja
de ser metàfora por ello. Tambièn a la estela salada
del conocimiento. A todo ello accedemos.
En eso momento dejamos lo individual para
tocar una escollera. Para volver a mirar en eso tan particular
que tiene todo encantamiento cuando encontramos nuestra
distancia ante su espìritu y tambièn el nuestro.
Una distancia que en determinado momento nos lleva
a la orilla.
Porque son las aguas del mar que tenemos en frente, lo ùnico
que volverà a ahogarnos.
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