miércoles, 2 de noviembre de 2016

Invierno





Ha pasado el invierno.
El frìo ha sido una paradoja o una historia
de legañas en èl.

Las ojeras de un tigre pronunciaron a lo lejos el
sueño de un reloj que limitaba con los 
periscopios.

En los desiertos se irisan leprosarios de oxido
sobre tejidos de alcohol.

Los tulipanes arrojan a las campiñas brocales
que reconocìan intermitencias entre presagios de
luces purpuras.

El jabalì encontrò el sueño finalmente en los labios
igual que un niño.

Ha pasado el invierno y si atravieso estas calles
es porque tù me has llamado. Parece una cosa cautiva
y amarilla. Parece una melodìa por la cual un dòn
desciende hacia la sangre con millones de 
nervios.

En los cuchillos peregrinan el aliento de las grevas.
En las riberas hay nombres con prototipos de 
cebollas y acidos que suspendidos en los profugos, 
desnudan un perfume de devenir en las
linternas.

Sistemas de ozono en una botella de lirios.
Ciencias de agua en un amuleto donde los
anfiteatros columpias voces de espuma.
Antiguas son las edades donde los limites tantean el siseo
del cefiro en la copa. El siseo propio de cualidades e 
himnos desde constelaciones de barro.

Sì, ha pasado el invierno.
No ha sido un invierno con lluvias de aceite.
No ha tenido la capacidad lirica para escribir sobre la tierra
o describir lo milenario como un hermoso timpano
cultivado por la percusiòn en los oidos.
Tampoco ha sido la caminata donde nos encontrariamos
en un tronco de seda al cual algùno de nuestros corazònes
debiò quedar adherido. Debo concluir que el
corazòn que debiò adherirse a ese tronco
no nos pertenecìa.

Ha pasado el invierno pero mi sombra es un pàjaro
que se alimenta de reflejos entre los suburbios.

De escalas y objetos conicos que se liberan de
la tracendencia.

Entre los oraculos circuitos de mimesis giran hacia
la luna buscando un menguante.

Ha pasado el invierno y yo no soy ese oràculo.

Y mucho menos la mimesis que gira hacia la luna 
buscando menguantes.











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