sábado, 12 de noviembre de 2016
Poema
Todos los pàjaros poseen un àrbol.
Una forma aerea de alcanzar un gorjeo
o una cupula. Llena
de lunares y lupas como aquellas que
la individualidad humedece
o llena de magnesio en un crepùsculo
sumergido en los automoviles.
Todos escriben de los automoviles
De los craneos llevados por cada uno
a una extraña ciudadela. Todos
los craneos son de cera. Tienen un
capitulo o un torneo de cascaras.
Adquieren un solido.
Atraviesan los dormitorios donde un
menguante encuentra una silaba
desnuda y purpura como un himen.
Como una estructura de megaterios
que tocan el polen por la tarde
cuando el mundo se llena de epicentros.
Recorren los traficos como si estuvieran
hechos de cenizas. Levantan de esas cenizas
aquello que aùn puede convertirse
en fogata y luego derraman la brea con
la cual el tiempo creò una jarcia
en las fabricas que sobrevolaron.
En los dìas hermafroditas del sol dentro
de un peine.
A veces caen a una piscina y luego
se interrogan. A veces quedan enredados
en los alambres de los postes, en ocasiones
describen una escena en las sombra de
un periodico, en las faenas de un destierro,
de un exilio cuando la oraciòn es
inundada por acupunturas, plagado ademàs
de caracoles e himno en las estrellas
de los periscopios.
Con franjas de hilos cruzaron los paisajes.
Se detuvieron aunque fuera inutil en el color
rojo de los astronutas.
Asi se comprobò un dìa a dia sin màstiles.
Donde la naturaleza de la playa era de
barro.
Y no de arena.
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