jueves, 17 de noviembre de 2016
Atolones de Yesca
Sobre aquellas estelas que denominan el mundo
del barro con crucifijos y cuchillos.
Con el nombre del sol incrustado en una yema
durante un dìa, en que el hemisferio pertenece en
apariencia a los contrastes.
En el pulmòn de una primavera que se llena
entre los nubarrones de opuestos.
En los jardines de hierro con menguantes
subtitulados.
En las contorsiones de los secretos que conducen
el vuelo de un ave en el aire. En sus diminutos enigmas
semejantes a un techo o un ovulo. A una sombra
donde aguarda un eclipse.
Què cosa màs extraña debe ser aguardar a un
eclipse. A un meridiano. A un esquema donde las
supersticiones de una cresta se queman entre
las raices.
En el nùmero coloquial de los techos regados
de telemetrìas.
En la luz inalambrica recogiendo el canto de
los osos. De las luces en el arnes y un guiòn de
plata, entre bocinas de salitres y llegadas
a cronicas de bronce.
En los pergaminos a los cuales sòlo se adhiere
una palabra. En la fìsica del velo y su silencio lleno
de proporciones. En las cosas que datan de los
adioses y las edades con un timpano; hecho
menos revolucionario que una uva en la esquina
o los trapecios donde un color se descascara.
Bajo los tallos porque allì resplandecen algunas
idolatrìas y en los ocasos de la tierra porque en ellos
sòlo el agua se cohesiona a las cenizas del fuego.
En las iniciaciones donde el naipe lleva un
craneo hacia la luna.
En todo aquello donde escriben las miradas
de los pliegues.
Con atolones de yesca y resina en sus manos.
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