jueves, 10 de noviembre de 2016
La Palabra
La palabra puede colocar un àtomo.
Seguir a la espuma como lo hace el movimiento.
La palabra invade la piel igual que
el verbo y despuès toma el sueño en ella
para desmoronarse. La palabra
es una superficie con legañas o un supuesto
de la luna cuando habita superficies.
La palabra cita a los zocalos de un animal
en los relieves, donde los àrboles han elegido
una historia de selva o han desmayado en la
opiniòn o el nombre de una aurora
en que los pàjaros sobrevuelan
objetos como la mesa
o los utensilios; imagino que allì el vuelo
sigue siendo una supersticion para alcanzar
lo indòmito.
Llega al corazòn con una letra.
Llega al espìritu con acordeones debajo de
una celula y despuès luce sus
contrarios, sus cajas de abejas, sus lirios
de aceite como los que indicanse
luego del reflejo de una
armonìa o un velero donde los mundos
vuelven a la incognita o el proceso
del infinito en una medalla.
La palabra no es esa medalla.
Tampoco los tallos que intentan convertirse
en pètalos. Ni las nervaduras con un esbozo en
los mentones, luego que el diluvio empuja
condiciones del sueño hacia una cascara.
Debajo esa cascara hay otra hoja.
La palabra describe a los vellocinos y los
puntos donde se exhibe la soledad del carbòn
buscando el horizonte en un plantigrado.
En una flor de zinc varada en alguna
forma del metal cuando se irisan
los polos y un crespòn de hule
zarpa hacia los humeros.
Lleva la experiencia de una bengala.
Recoge la iniciaciòn del destello cuando se
convierte en piano o se estrella
en un cardumen debajo de
un manantial frente a una peninsula.
La palabra es un lugar diario donde las
columnas son de aceite y la continuidad de las
palomas en un arco es densiometrìa
o dinàstica manada de osos.
La palabra es un humero.
Un nucleo de tiza en los cabellos.
Piso de arena que circula en el granizo
de una entraña.
Nervio de jiròn o pez que llega a las algas
con una circunstancia.
Con un reloj de sed.
Con una constelaciòn de espuma habitando
nada màs que piràmides.
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